El humor está hoy reconocido, al menos tácitamente, como una de las artes escénicas. Para demostrarlo, ahí están los premios internacionales a humoristas como Woody Allen o al grupo argentino Les Luthiers que ayer mismo fue galardonado en Asturias. Hace un siglo, habrían sido más que improbables esos reconocimientos.
Es cierto que a principios del siglo XX, tanto Bergson como Freud presentaron magníficos estudios sobre el humor que aún siguen de actualidad, pero en esa época la mayor parte de la sociedad y sus dirigentes otorgaban poca categoría a quienes tenían como profesión el hacer reír.
A la vista de estos premios, uno debería preguntarse por qué se reconoce a unos humoristas y no a otros. La comparación más simple es el reconocimiento a grandes pintores como Óscar Domínguez o Pablo Picasso frente a los que pintan la fachada de un edificio. No es lo mismo el humor fino y correcto que el humor de brocha gorda que ofende a personas adscritas a determinados grupos: raza, discapacidad, origen, género, etc. Esto lo entiende todo el mundo… o no. Porque una buena parte de la sociedad continúa instalada el prejuicios de todo tipo. Y, a veces, nada tiene que ver con el nivel cultural de las personas, sino con su nivel de empatía.
Sucedió hace unos años. El presidente del Parlamento de Canarias viajaba en un ferry entre las islas mientras lo entrevistaban para una de las más importantes emisoras del archipiélago. ¿Saben en qué empleó la mayor parte del tiempo que duró la entrevista? En contar chistes sobre los habitantes de La Gomera, una de las Islas Canarias. Estos chistes cuyo objeto de burla no refleja en absoluto la idiosincracia de los gomeros ni de ningún otro pueblo, perviven dentro de una fantasía xenófoba de quienes los cuentan, aunque no sean conscientes de ello.
«Los estudios mencionados indican que el humor crea una realidad propia. El grado de correspondencia entre los chistes y los otros ámbitos de la experiencia debe, sin embargo, valorarse en cada caso, en función del tipo de manifestación y del contexto. Por ejemplo, muchos chistes étnicos sólo tienen un lejano parecido con la realidad cotidiana (los chistes estadounidenses sobre polacos. los chistes holandeses sobre los flamencos, los chistes de Lepe que consideran –desde una perspectiva urbana– paletos a los habitantes de ese pueblo andaluz, o los chistes de Gomeros en las Islas Canarias). Por otro lado, son muchos los chistes políticos que sí están firmemente enraizados en la realidad social y política de las sociedades en las que surgen. …»
(Henk Driessen: «Humor, risa y antropología» en p 232 de «Historia cultural del humor», de Peter Burke, Aaron Gurevich y Jackes Le Goff, Ediciones Sequitur, Madrid, 1999.).
No se puede comparar una velada de chistes del grupo Les Luthiers con la persona presa de prejuicios racistas que cuenta un chiste de leperos o de gomeros (muchas de estas personas las encontramos con frecuencia en las cadenas de televisión contando esos chistes xenófobos o machistas en monólogos que contemplan millones de telespectadores). Alguno dirá que esto no es racismo porque hay personas de Lepe o de La Gomera que también cuentan esos chistes sobre ellos mismos… Sin embargo, esta circunstancia refuerza aún más tesis del racismo, como es posible advertir en la siguiente cita:
«Con la idea de ‘guión étnico’ [Christie Davies] pretende referirse a las ficciones que convencionalmente caracterizan a los grupos étnicos y que viene a constituirse en la premisa del chiste. Con esa noción intenta explicar por qué contar un chiste étnico puede considerarse como una manifestación de prejuicios, aunque no siempre sea el caso. Los integrantes de un grupo también pueden contar chistes a costa de sí mismos (la conocida autodenigración del humor judío); por otra lado, en los chistes étnicos también pueden contarse en situaciones en las que están presentes personas de distintas etnias.»
(Idem, p. 230)
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