Restaurante Haydée: cuando los dioses cocinan

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Hace un par de semanas fui a cenar en un restaurante relativamente nuevo en Tenerife y, sinceramente, quedé impresionado de una manera tan grata que no me resisto a recomendarlo. Estoy seguro de que cuantos coman allí me lo agradecerán.

Se llama Restaurante Haydée y lo regentan los hermanos Suárez: Víctor y Laura. Él cocinero, ella repostera. Como dijo mi sabio amigo José Manuel Plasencia cuando algunos días más tarde le comenté mis impresiones:

–Los hermanos Suárez van a dar mucho que hablar en la cosa gastronómica, y no sólo en esta isla.

INTENTO FALLIDO, INTENTO LOGRADO

Mi primer intento de comer en este restaurante fue en vano, porque llamé por la mañana para reservar una cena en el mismo día y (ahora entiendo por qué) no había mesas libres. El segundo intento lo llevé a cabo durante la siguiente semana, con tres días de antelación, y obtuve una respuesta positiva para cenar dos personas.

Con ilusión, nos dirigimos hacia el Puerto de la Cruz. A unos trescientos metros de la autopista, encontramos este local, justo donde antes estuvo el restaurante Las Tres Casitas, bajando hacia el campo de golf. El negocio está ubicado en una casa canaria antigua con su patio, su comedor y una terraza desde la que se contempla un paisaje excepcional. El mismo que por primera vez hizo llorar de felicidad a Humbold[*].

Empezaron ahí las buenas sensaciones.

FOTOS NOSTÁLGICAS

Después de curiosear un rato, miramos las fotos diseminadas por un decorado canario, discreto y de muy buen gusto. En muchas de esas fotos aparece doña Haydée la abuela gomera de los hermanos Suárez, una famosa dulcera de Vallehermoso cuyas galletas y bizcochillas finas hacían suspirar a chicos y grandes en décadas anteriores. ¡De casta le viene al galgo!

UNA COMIDA DE DIOSES… GUANCHES

Nos sentamos a leer la carta. Las amables sugerencias del camarero sirvieron de ayuda para pedir sabiamente:

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-Croquetas Kimchee (líquidas): fueron auténticas bombas de sabor que explotaron en nuestras bocas con una textura difícil de describir, pero que nos subieron las endorfinas hasta niveles poco frecuentes.

La cocina del Haydée se define como “canaria-oriental”. Un binomio que está conjugado y resuelto a la perfección por los hermanos Suárez. Cuando hay arte, uno tiene que rendirse a la evidencia.

Y llegó el siguiente plato:

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–Gyozas rellenas de cochinita pibil y guacamole. Las gyozas son una especie de empanadillas chinas que se han matrimoniado con carne del sabrosísimo cochino negro canario con resultados espectaculares. La cochinita pibil es un guiso correspondiente a la gastronomía yucateca, basado en carne de cerdo adobada en achiote, envuelta en hoja de plátano y cocida dentro de un horno de tierra.

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–Bacalao marinado. Cuando ya parecía imposible superar los platos servidos, aquel bacalao casi nos hizo flotar en la terraza. ¡Ya quisieran los portugueses servir un bacalao tan exquisitos! Bravo, Víctor.

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-Pollo tamarindo y huevo con puntilla. Cuando llegó este pollo pensábamos que ya estábamos saciados y satisfechos, y que no podríamos con más comida. Craso error por nuestra parte: no quedó en el plato absolutamente nada.

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-Advertí que en la carta figuraba el vino “Louro do Bolo” de Valdeorras, auténtico oro embotellado que no pude resistir probarlo, porque es difícil encontrar esta delicia en Canarias. Valdeorras es la tierra donde vivió muchos años Antonio Ruiz de Padrón, “el Abad de Valdeorras”, un gomero que fue el principal artífice de la derogación de la Inquisición española. Llevo muchos años escribiendo novelas históricas sobre su vida y tengo referencias ciertas de que él también tenía viñas y una cueva-bodega donde encerraba sus propios vinos. Brindé por él y por mis amigos de Valdeorras.

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-Torrija con helado de vainilla. Imaginen una torrija de unos 5 cm de alto, 7 cm de ancho y 10 cm de largo, confeccionada con un pan amasado en la cocina del restaurante con no sé cuantos cereales. Imagínense a ustedes mismos cometiendo pecados de gula (pecados mortales de necesidad) con cada cucharada de aquella torrija magnífica que se dejaba partir tan melosamente como si estuviera hecha de mantequilla.

Y SE OBRÓ EL MILAGRO

Nadie me va a creer, pero me debo a la verdad. Fui al restaurante Haydée porque tenía una mesa reservada y no me gusta dejar a nadie “colgado”, pero tenía dolor de estómago desde el día anterior y pensé que estaba cometiendo una locura saliendo a cenar fuera.

Sin embargo se obró el milagro: durante la comida se pasó el dolor y ya no me volví a sentir mal durante los días siguientes. No digo que en el Haydée haya médicos en lugar de cocineros, ni que curen el estómago, sólo cuento mi experiencia personal… ¡Y mi convencimiento de que la felicidad, incluida la gastronómica, obra milagros!

Como no podía ser de otra manera, felicité al cocinero. No le prometí que volvería, pero volveré. ¡Vaya si volveré!

Si alguien quiere reservar, puede buscar su teléfono y su web en Internet (el día que me ofrezcan comisión, incluiré aquí su número). También encontrará un montón de recomendaciones, todas buenas. ¡Buen provecho!

 

[*] Humbold lloraría después por lo mismo en Caracas y en cada valle americano por donde pasaba… Se ve que era persona de lágrima fácil, pero el primer llanto de que se tenga constancia escrita lo llevó a efecto en el valle de La Orotava, donde las autoridades están tardando en erigir un monumento a la Lágrima de Humboldt.

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