Ruiz de Padrón y el burro de Washington

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¿Sabía usted que todas las mulas de los Estados Unidos descienden del mismo padre?

Este artículo es un pequeño extracto de una sabrosa historia sobre un burro que viajó desde Zamora (España) a Virginia (EEUU) cuando el rey Carlos III regaló el animal al general George Washington. Aunque el asunto parezca extraño y divertido, era de una importancia extrema, relacionada con la capacidad militar de España y de los Estados Unidos.

La historia completa –extraída en parte de documentos oficiales del siglo XVIII y de cartas cruzadas entre las administraciones americana y española– puede encontrarse en mi próxima novela «El discurso de Filadelfia», que aparecerá en el mes de abril de 2016, en formato clásico de papel y en ebook.

La narración está hecha en primera persona por el futuro diputado Antonio Ruiz de Padrón, que en ese tiempo vivía en la primera capital de Estados Unidos: Filadelfia.

LA IMPORTANCIA DE SER UN BURRO

«Frrancisco Rendón me mandó recado con un chiquillo para que acudiese a la delegación española.

–Dice Mr. Rendón que Su Majestad Católica lo necesita con urgencia –le pude entender al mensajerito tras hacérselo repetir media docena de veces, dado que mi oído aún no se había acostumbrado al inglés.

No serían más de las diez de la mañana, el tiempo estaba revuelto y el aviso no podía parecer más extraño. En primer lugar, porque no consideré lógico que si el asunto era tan importante me enviaran a un niño como mensajero. Fui a la cita, aunque no me di excesiva prisa en llegar.

Entré en la sala donde me esperaba el agente Rendón. Vi que lo acompañaban dos hombres de apariencia muy diferente, aunque ambos tenían en común su aspecto campesino y sus anchas espaldas.

–Adelante, padre Ruiz –me saludó el joven diplomático con su acento cantarín andaluz, pero prosiguió luego en un tono ampuloso que resultaba ridículo–. Deseo presentarle a estos dos caballeros: Mr. John Fairfax, mayoral de su excelencia el general George Washington, y don Pedro Téllez, natural de Zamora y enviado especial de su majestad don Carlos III con una importante misión que cumplir en estos territorios de América Septentrional.

Estreché la mano de Fairfax y tuve que aguantar en mis nudillos un beso baboso de Téllez. Observé que Rendón disfrutaba del momento sin poder disimular la sonrisita placentera ni disminuir la abertura excesiva de sus fosas nasales que mostraba su enorme satisfacción. Una vez se terminaron los saludos, me quedé a la espera de que se me revelara en qué podría yo ser útil a la Corona española.

–Verá, padre Ruiz –dijo Rendón–, don Pedro llegó ayer procedente de Nueva York y va camino de Virginia para entregarle un borrico de Su Majestad don Carlos III al general Washington. Aún nadie le ha puesto un nombre al animalito y me ha parecido poco adecuado enviarlo de esta manera anónima sin aprovechar la oportunidad para dejar constancia de su origen.

–¿Y qué le impide a usted ponerle un nombre cualquiera? –contesté– No es un cristiano al que deba bautizarse, sino un simple asno.

–Por supuesto, padre. No me negará que ustedes los franciscanos sienten un cariño especial por los animales y que en España se acostumbra a bendecirlos durante las ferias.

–Es cierto, en muchos pueblos los bendicen por las fiestas de San Antón, que se celebran en el mes de enero.

–Ya nos vamos poniendo de acuerdo, padre Ruiz. ¿Cómo ve usted este asunto, señor Téllez?

–Hombre –dijo el interpelado mientras le daba vueltas a un sombrero que sostenía en sus manos–, en Zamora se bendice a los burros y a las gallinas, y si el asunto no nos lleva mucho tiempo no creo que le perjudique al animalico…

–Entonces, padre Antonio, manos a la obra. Hemos estabulado al burro en las cuadras de Mr. Robert Morris. Vamos a visitarlo.

Salimos los cuatro. El diplomático se dio cuenta de que el capataz de Washington no había entendido una sola palabra de cuanto hablamos y lo puso al corriente mientras caminábamos.

–¿Cómo va usted a llamar al animal? –le pregunté a Rendón.

–Se llamará Regalo Real, o Royal Gift, si usted prefiere nombrarlo en inglés. Así todos recordarán la procedencia del burro más importante de los Estados Unidos.

Bendije aquel animal de una extraña belleza y que por su tamaño más semejaba un mulo que un asno. No pude separar mis ojos de los ojos del burro que parecían estar calculando los réditos diplomáticos que obtendría Francisco Rendón por ejecutar aquella ceremonia absurda.»

Fragmento de: Manuel Mora Morales: “El discurso de Filadelfia”. (copyright 2016).

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