El entierro de Clavijo

El Pensador de Clavijo

EL INSOMNIO

En un capítulo de la novela «El discurso de Filadelfia», Antonio Ruiz de Padrón se encuentra prisionero en el monasterio de Cabeza de Alba, en los fríos montes de León. Esa madrugada “no puede averiguar el motivo de su zozobra se resigna y dirige sus letanías a Morfeo, pero sus párpados no quieren cerrarse. Sus pensamientos vuelan hacia Madrid y pronto se convierten en susurros. Es casi un duermevela, pero no llega a serlo porque está consciente de sus cavilaciones y escucha sus propios bisbiseos.”

Por su memoria, tal vez retorcida por la fiebre, pasa la vida de su ilustre paisano José de Clavijo, perseguido por el poeta Beaumarchais a causa de un lío amoroso con su hermana Lisette, cuyos lances terminarían por aparecer varios libros. El propio Goethe convirtió al canario en protagonista de una otra teatral. El insomnio de Ruiz de Padrón también repasa el velatorio de Clavijo:

EL DIFUNTO JOSÉ DE CLAVIJO

“Te encaminas con prisas hacia la casa de José de Clavijo y Fajardo que murió con ochenta años cumplidos mientras bebía una taza de chocolate a las nueve de la mañana. Te ayudó a la vuelta de tu viaje por Europa y entendió a la perfección ese periplo que necesitabas recorrer como un paso más hacia tu inevitable destino. Llueve en Madrid. La luz de los edificios cambia, sus fachadas se ennoblecen y te proporcionan una ternura que no acabas de comprender. El bueno de Clavijo y su extraña historia. El canario más famoso en Europa, protagonista de obras dramáticas escritas por Goethe y Beaumarchais. Nada menos. Sonríes cuando piensas en la envidia que sentiría Cristóbal del Hoyo si se enterasen de estas noticias sus huesos enterrados en alguna capilla de San Cristóbal de La Laguna, donde se remueven cada vez que una monjita novicia posa su menudo pie sobre el mármol que los cubre.
El difunto José de Clavijo nació en Lanzarote en el año […].»

KLOP, KLIP, KLOP, KLOP

En la casa del finado hay pocos alemanes y no demasiados franceses. Afrancesados sí, muchos. No faltan algún agente velado del Santo Oficio ni personajes de la Corte, periodistas, intelectuales, naturalistas, miembros del cuerpo diplomático, algún canario y mucha gente de diferente condición. El muerto es nada menos que José de Clavijo y Fajardo, un hombre dedicado a incentivar y mejorar la formación intelectual de la comunidad, admirado y querido por muchos. El incidente con la mademoiselle francesa quizás habría repercutido en su mala fama en otro país, pero en España estos asuntos crean cierta aureola de romanticismo alrededor del casanova de turno.

El prisionero continúa sumido en un estado letárgico y revive sus recuerdos en presente. Ruiz de Padrón se traslada en su soliloquio insomne al año 1806. Antonio José, entras en la sala del velatorio. Te acercas al difunto. No le encuentro mala cara, piensas. Sólo desentona su piel cérea, que parece haber muerto un año antes que él. Tener la nariz gruesa favorece en la muerte y esa peluca empolvada al viejo estilo yo diría que lo tonifica. Don José, casi tiene usted tan buen aspecto como esa espléndida momia guanche que por sus diligencias viajó desde Tenerife al Real Gabinete de Historia Natural. Una vida interesante, don José: marcha usted con las alforjas cargadas de buenas esencias. Tenga cuidado con la entrada al cielo: a buen seguro Pierre Beaumarchais lleva seis años esperando en la puerta para reclamarle de nuevo sus amores con Lisette.

Rozas levemente el frío de su mano terrosa y te acercas a los más allegados para darles el pésame. Un hombre que tuvo buena y mala suerte: dos veces le plagiaron El Pensador. En la habitación contigua una criada sirve chocolate en tazas de porcelana.
–Por cierto, querida –las palabras enguantadas proceden de una marquesa velada por la sombra infinitesimal de un perchero–, cuando don José de Clavijo y Fajardo fue nombrado primer director del Teatro de los Reales, ordenó que se estrenara El Barbero de Sevilla, una obra de Pierre Louis de Beaumarchais, el hermano de Lisette.
No habría podido el canario haber rematado esta parnasiana historia con un estrambote más elegante, piensas. Y ahora yace muerto, nada… ni siquiera la certeza de oír el surtidor del patio puntuar gota a gota el eterno silencio en un sollozo rítmico. Klop, klip, klop, klop, klip, klop… Ruiz de Padrón, bajas la escalera. Al llegar a la calle, una ráfaga de aire te produce un acceso de tos y se te ocurre pensar que muchos seres humanos nunca han podido comprobar si las promesas de los amantes son ligeras como el viento, y sus dulzuras trampas engañosas, ocultas bajo las flores. ¿Dónde, piensas con melancolía, han quedado las sombras de tu amada Carmen Guadalupe, dónde la pasión desbordada de Juliana Craig, dónde los poemas de la Divina Comedia recitados en el lecho por la dulce Beatriz Ristori? ¿Escuchas los versos, Antonio, puedes oírlos todavía?

El agua que ves no brota de ninguna vena
que sea renovada por los vapores
que el frío del cielo convierte en lluvia…

Como nuevo Dante descendido a este Leteo del alba, desde el duro soñadero diriges tus ojos hacia el tiempo definitivamente perdido, mientras fuera ya rumorea insípido el piar matinal de los pájaros.
Se escapa el alba. Como se desvaneció Eurídice bajo la mirada de Orfeo a su regreso de la tinieblas del infierno. Vuelve a crujir la escarcha y, junto con los pájaros, los recuerdos y el doblar de las campanas, el viento arrastra cañada arriba los sueños del convento.»

 

(Fragmento de: Manuel Mora Morales (copyright): “El discurso de Filadelfia”)

VIAJE DE FILADELFIA_ MANUEL MORA

En librerías desde abril de 2016.

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