Sobre la infanta, el caos y la mala educación

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Que no podamos ver si le crece la nariz a la infanta borbona mientras cuenta su versión de los delitos cometidos en el seno de su familia, que nos obliguen a comer los huevos sin cuchillo para ser personas educadas o que nos juzguen como faltos de urbanidad si nos comemos un plato de espaguetti utilizando tenedor y cuchara, bien merece reflexionar durante cinco minutos por qué nos sometemos a estas manipulaciones con la boca cerrada. Sí, lo merece, aunque no saquemos brillantes conclusiones ni podamos cambiar de golpe estos desatinos que son, al fin y al cabo, los que nos van agriando el humor a lo largo de nuestras vidas.

LA URBANIDAD DEL UNIVERSO

Desde las partículas subatómicas hasta los seres más sofisticados, los elementos del Universo se rigen por pautas de comportamiento que les permiten subsistir  a ellos y a sus vecinos de manera razonablemente digna, siempre que no aparezca el listo de turno a revertirlas en su favor. Las Leyes de Newton o la Teoría de la Relatividad del tío Einstein no son otra cosa que las reglas de urbanidad de la materia y la energía.
En ocasiones, estos comportamientos lógicos se solapan con otros que aparentan serlo menos, pero es una falsa apreciación que fue bautizada con el nombre de Teoría del Caos hasta que se descubrió que no había nada ilógico, que hasta los fractales pueden predecirse si se dispone de la suficiente información.

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Sin embargo, los seres humanos, tratando de perfeccionar esos protocolos naturales, caemos en reglas absurdas que nos conducen a comportamientos ridículos, respecto a la naturaleza y a nosotros mismos. No quedan fuera de todo esto las normas de urbanidad, tanto en lo que se refiere a la etiqueta como al proceder diario, incluyendo las normas de conducta en la mesa. Naturalmente, gran parte de esas reglas son oportunas, como las de ceder el paso o el asiento a personas que pueden valerse poco por sí mismas o las normas que sugieren no beber en la mesa con la boca llena de comida.

LAS ILÓGICAS PROHIBICIONES
No obstante, existe un buen número de reglas de urbanidad tan inútiles como absurdas que no somos capaces de eliminar de nuestras vidas. Por ejemplo, la prohibición de utilizar los cuchillos para partir huevos, lo cual siempre se me ha antojado una solemne estupidez, porque ¿en qué se perjudica a otro comensal o qué consecuencias desastrosas puede acarrear partir un huevo frito, duro o de cualquier otra forma con un cuchillo? ¿O es que, tal vez, se obtiene algún beneficio no haciéndolo? Que me lo expliquen… Lo mismo podría afirmar de otras normas de urbanidad en la mesa. Por ejemplo, el precepto de no comer los espaguettis o los raviolis con cuchara y tenedor. ¿Cuál es el problema?, ¿la estética o la ética? Y, así, todo un rosario de prohibiciones descabelladas que sirven para encorsetar nuestra vidas, en lugar de facilitarla.

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Hay cosas que no entiendo ni he logrado que alguien me las explique más allá del «porque sí» o del «porque es así». Comprendo que explicar cómo se puede predecir la aparición de un fractal no es sencillo, pero no creo que sea tan difícil dar una explicación lógica de por qué se continúa educando a los niños con ciertas normas absurdas de urbanidad o, en el caso de que se consideren absurdas, por qué no se suprimen de una vez por todas.

Claro que también existe la posibilidad de que parte de la urbanidad occidental entre en el campo de la frustrada Teoría del Caos y que de su existencia dependa la estabilidad de los neutrinos. Quizás, por esta razón tampoco deba la infanta Cristina de Borbón manchar las suelas de sus zapatos con el polvo de la calle que conduce a los juzgados ni dejar que las cámaras evidencien cómo su ya considerable nariz aumenta de tamaño mientras declara sus milagrosas manipulaciones con la pasta. Sin cuchara, naturalmente.

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