Igueste de San Andrés: el paraíso en el barranco. Segunda parte

A pocos metros del barranco, los plátanos, el millo, los aguacates, las papas, las papayas y los mangos se solean y se mecen a su antojo, mezclados y revueltos, como si fueran libres para crecer donde les apetezca.

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En  Igueste de San Andrés, donde existe una apreciable cantidad de viviendas abandonadas, nació un célebre personaje. En este caserío, vino al mundo el pirata y traficante de esclavos Cabeza de Perro, el cual fue durante un tiempo el terror de los barcos mercantes del Caribe. Residía en La Habana y era dueño de una famosa pastelería en la que reunían conspiradores contra la presencia de España en la isla. Finalmente, la nostalgia lo mató. Se le ocurrió volver a las Islas Canarias y, aquí, las autoridades lo apresaron, lo encarcelaron y lo ahorcaron. Probablemente, por no darles parte de su botín de esclavos, como sí sucedía con los mandamases de Cuba.

El vino ha sido, durante siglos, uno de los elementos más característicos de Tenerife. Así que a nadie le debe extrañar que una calle de Igueste se llame «Las Bodeguillas».

Inicio del camino a la playa y a la parte vieja del pueblo. Otro de los caminos a la playa parte desde el guachinche «Rincón de Anaga».

La vieja ventana se encuentra en el camino. Ya nadie se asomará a mirar quién viene o quién va por el camino.

Otra ventana que da al camino.

Vivir más de un siglo es una obra de arte que pocos seres humanos logran culminar dejando un grato recuerdo en sus vecinos. También Marcel Proust usó una magdalena para evocar el pasado, se me ocurrió pensar mientras contemplaba el nombre de la difunta centenaria.

Pronto, el camino desciende bruscamente hacia el barranco, pero el caserío continúa deparando agradables sorpresas arquitectónicas… o disgustos, según se mire.

Como si fuera una hechicera, haciendo un conjuro con sus brazos abiertos, la  Higuera del Diablo (Datura inoxia) se recorta contra una pared blanca a la izquierda del camino, que ya desciende hacia la playa.

Las cápsulas de la Higuera del Diablo que contienen defienden sus semillas con picos puntiagudos.

Cuando la semilla está madura para germinar, la cápsula se abre y permite que caiga al suelo. La inmortalidad es la meta de todo lo que está vivo. La reproducción es una forma imperfecta de eternizarse; pero, de momento, no tenemos otra a nuestro alcance. Por esta razón, se venden tan bien las fantasías celestiales. Castaneda escribió –y vendió– muchos libros sobre esta planta a los buscadores de lo maravilloso, que somos casi todos…

En los supermercados los etiquetan como tomates cherry, aunque en Canarias son conocidos como tomates cagones y, tradicionalmente, han sido muy poco apreciados. Se trata de un fruto silvestre, cuyo nombre científico es Solanum lycopersicum var cerasiforme, el cual crece en forma espontánea en varias regiones tropicales o subtropicales.

¡Cuánto desprecio tuvimos hacia los pequeños «tomates cagones» hasta que las multinacionales nos los comenzaron a vender en sus supermercados como un producto bien envasado, con un nombre extranjero y a precios de lujo! Qué insensatos somos…

Camino de la playa, se levanta la brisa. Las hojas de las palmas se agitan en un vano intento por volar. Quién sabe si tienen o no tienen la capacidad de elevarse con la imaginación o, por el contrario, permanecen ancladas a sus agarradas raíces como los banqueros a sus mezquinos intereses.

El barranco y el horizonte. Un horizonte de mar. Dos palmas como dos flechas clavadas a la izquierda. Tres casas donde, a veces, venden mangos a buen precio. Una pareja de excursionistas que jadean al hablar porque su meta no es mirar sino avanzar y hacer ejercicio físico, caminar rápido, rápido, rápido,… para que la vida pase pronto.

Una lisa común (Chalcydes viridanus viridanus), brillante e iridiscente bajo los rayos solares, practica su deporte favorito: broncearse desnuda en uno de los paredones del camino. Si estuviera en Las Gaviotas, ya le habrían obligado a ponerse un bañador.

También se tumba al sol una hembra de lagarto tizón (Gallotia gallotia) que cuando el macho la fecunda pone entre 2 y 9 huevos bajo tierra, donde se incuban con el calor natural.

Los mangos están sobre el camino. Racimos de bombas cargadas de sol que se convertirán en explosiones de dulzura bajo nuestros paladares. Hay que volver –tengo que volver– a buscar mi parte del botín.

Son las semillas del tártago, Ricinus communis, lin., que crece cerca del agua y del sol. Es una de las plantas utilizadas para la extracción del bio-diesel. En países como Argentina, se cultiva, actualmente, de manera industrial en grandes plantaciones. Si a cada 100 litros de aceite de ricino  se le agregan 10 litros de alcohol Metanol se obtiene 100 litros de biodiesel, además de 10 litros de glicerina. En Canarias, hubo un tiempo en que se recolectaban las semillas y se vendían.

En la desembocadura del barranco, el cauce apenas tiene agua. La tierra y las piedras se cubren de blanco y el sol –siempre el sol– lo pinta con trazos de sombra. Me asombro, me detengo, trato de encontrar los resquicios por donde circula el arte, no menos arte sin la mano humana.

El guachinche de la playa, que antes mencioné y donde he pasado algunos ratos buenos, hace ya bastante tiempo, cuando aún se encontraba abierto con cierta regularidad.

Este aparador se halla en la terraza del guachinche de la playa. Si usted tiene la fortuna de encontrar la puerta abierta, podrá sentarse en una de las mesitas que hay a su lado.

El culto a la virgen de la Caridad del Cobre vino de Cuba con el retorno de los emigrantes. Esta imagen pequeñísima, se encuentra cerca de la playa.

Frente al guachinche que ya no abre, uno se topa con el cartel que más les gusta colocar a los ayuntamientos: el de las prohibiciones. ¡Ojalá algún día colocaran carteles anunciando las subvenciones y los beneficios a que pueden acogerse los ciudadanos y no sólo los amiguetes de los concejales!

En un lado del cartel, alguien ha pegado este pasquín, advirtiendo sobre un asesino que envenena las calles. Esa misteriosa página Web ha colgado un mapa de Canarias con cinco puntos donde hay veneno –2 en Tenerife, 3 en Gran Canaria y 1 en Lanzarote–, aunque no ofrece pista sobre su autores, que parecen pertenecer a alguna protectora de animales.

Las ruinas siempre son bellas. Éstas se encuentran junto a la playa, tan dispuestas a dejarse fotografiar como a dejarse caer al suelo en cualquier momento.

Al final del camino, la playa es de callaos. Hay un par de muritos, apropiados para sentarse a leer, ver acercarse las olas o seguir las evoluciones de las gaviotas. De vez en cuando, algún vecino baja desde el caserío y no le importa conversar un rato.

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