Body Sushi, entre la ética y la estética

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He encontrado varios artículos sobre esta foto, debidos a Francisco González Tejera, el cual informa que este «banquete» fue organizado en el Casino de Las Palmas por instituciones canarias para promover el turismo. También informa de que la ocurrencia se ha puesto de moda en Japón, desde hace algún tiempo, con el nombre de Body Sushi. Según deduzco de la foto, nadie pensó en adaptarla a nuestra idiosincracia, llamándola Body Gofio cubriendo a la chica de papas arrugadas, pelotas de gofio y mojo de cilantro. Menos mal que a nuestras instituciones les gusta poco lo canario (excepto los votos, claro), que si no…

En realidad, esta gracieta pseudojaponesa para comer sushi o sashimi dicen que se denomina en japonés Nyotaimori (presentación del cuerpo femenino). Cuando se utiliza un modelo masculino, al parecer, recibe el nombre de Nantaimori. No puedo confirmar ambos extremos, porque mi conocimientos de idiomas orientales sólo llegan hasta kamasutra en japonés y kamikaze en indú sin hache, ¿o sería al revés? Hasta donde mi ignorancia y yo sabemos, el Body Sushi no es una tradición cultural japonesa, sino una gilipollez que se ha puesto de moda en los cabarets de Tokio desde hace muy poco tiempo. El periódico japonés The Japan Times publicó hace tres años un artículo donde se afirmaba que lo más parecido a un Body Sushi que se había visto en la isla del sol naciente durante los últimos años era un evento puntual ofrecido por una barra americana denominada La Bella Durmiente, donde se cubrieron las extremidades de una stripper con rodajas de pescado y fruta fresca, una noche cada mes, para aumentar la concurrencia. Y nada más.

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En realidad, antes de llegar a Japón, este espectáculo solía ofrecerse en las grandes urbes de todo el mundo, desde hace unos años, a grupos de empresarios que pagaban precios muy altos. Actualmente, han sido muchos los avispados dueños de negocios de restauración o de barras americanas que han visto un buen filón en el denominado Body Sushi y la oferta se ha ampliado considerablemente, hasta situarse los precios entre los 50,00 € y los 200,00 €. Es decir, una especie de café para todos, sin ese glamour que da cometer una canallada a precios de millonarios.

Las noticias relacionadas con este Bodysucio no faltan: en China ha terminado por ser prohibido el Nyotaimori, debido a razones higiénicas y, en Sudáfrica, se levantó un fuerte escándalo, en 2010, cuando a un empresario, apellidado Kunene, se le ocurrió ofrecérselo al presidente en su fiesta de cumpleaños. La acusación sudafricana partió de una asociación feminista que lo acusó de degradar la integridad y la dignidad corporal de la mujer.

No sé si alguien sabe dónde, realmente, nació esta costumbre, que tal vez provenga directamente de banquetes caníbales. Lo único que yo sé con seguridad es que se ha practicado, «civilizadamente», al menos desde hace dos o tres  siglos. La ocurrencia de utilizar el cuerpo de un ser humano como plato, en un ritual erótico públicamente compartido, ya se puede documentar en el siglo XVIII.  Hubo quien la practicó en París, en dicho siglo, como se deduce de este párrafo extraído de la novela «Canarias»:

«Mención aparte merece la tardía tertulia de la marquesa Juana del Hoyo que se comporta en la actualidad al modo de las salonnières parisinas: damas bien educadas brillantes ambiciosas distinguidas inteligentes: viudas o de maridos liberales: con disponibilidad para recibir visitas cuando se presenten: capaces de disparar palabras como flechas sin llegar a derramar ni una gota más de sangre que la estrictamente necesaria: hábiles en la esgrima de ideas: diestras en conferir protagonismo a cada uno de sus invitados –sa tâche propre est de satisfaire la vanité de tous– y al mismo tiempo ser adulada por cada uno de ellos.
Muy a su pesar estas madamas canarias estaban lejos de las parisienses. Sobre todo en lo referente al desenfado con que aquellas se tomaban los asuntos sexuales. Aunque no puede negarse que también en La Laguna o en Santa Cruz durante los Carnavales y las fiestas de tapadas bien podría aplicarse un poemilla que no hace muchos días compuso el joven orotavense Tomás de Iriarte.

Mohamed, yo te aseguro
Que en medio de estas querellas,
Si nos piden cien doncellas
Nos ponen en un apuro.

Así y todo a ninguna madama canaria se le ocurriría escribir una carta como la que envió madame Pompadour a su buena amiga la condesa de Baschi.

Querida,
Lo que le voy a contar no es precisamente poético. El Marqués de R., que como usted sabe, no es precisamente muy delicado en sus gustos, pasó ayer la noche con una comedianta y al final de la cena, estando los dos … encantadores, el Marqués no encontró nada mejor que desvestir a su Venus y, preparando una salsa para espárragos, la colocó en un lugar que no voy a nombrar pero que usted comprenderá y se dedicó a comer los espárragos mojándolos en su salsa. Parece que le gustó, ¿qué piensa usted de ello? Espero su respuesta pero, por el momento, no puedo dejar de reírme de un placer tan original.
La Marquesa de Pompadour

En la misiva no se halla nada extraordinario que no esté acorde con la actual usanza parisina.»

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No es la única novela que pone el tema sobre la mesa –nunca mejor dicho–. La obra «Música para camaleones», de Truman Capote, describe cómo, en un bar del Barrio Francés de Nueva Orleans, se servía un cóctel de absenta muy especial. El recipiente utilizado por los clientes para beber este cóctel era la vagina de una muchacha tendida sobre la barra del establecimiento.

«Un montón de personajes excéntricos han paseado por esta plaza. Piratas. El propio Lafitte. Bonny Parker y Clyde Barrow. Huey Long. O bien, vagando bajo la sombra de un parasol encarnado, la condesa Willie Piazza, propietaria de una de las más lujosas maisons de plaisir del barrio de las luces rojas; su casa era famosa por un exótico refresco que ofrecía: cerezas frescas hervidas en crema de leche, aderezadas con ajenjo y servidas en el interior de la vagina de una bella mulata recostada.»

Tanto la marquesa de Pompadour como Capote eran expertos en narrar anécdotas escandalosas sin perder la angelical sonrisa, como si a ellos no les afectaran, pero con la esperanza de escandalizar a sus lectores. No debe ponerse en duda que ambos lo consiguieron. Así, pues, dejando el canibalismo a un lado, el asunto no es nuevo en Europa, América y Asia.

Debe de haber alguna película feliniana en que se vea algún plano similar, pero no me viene a la memoria y creo que nada de eso ocurría en El Satiricón. Sólo recuerdo aquel film titulado El cuerpo del delito, en que Madonna hacía una contrastada combinación de cera ardiente con champán frío, vertiendo ambos sobre la piel.

Yo no voy a entrar a juzgar si comer sobre el cuerpo de una mujer o de un hombre es una aberración, una humillación o un pecado en sí mismo. Ese asunto se lo dejo a los dioses y a sus testaferros. En realidad, sólo se me ocurre decir que quien nunca haya comido o bebido algo sobre algún cuerpo que arroje el primer sushi o la primera botella de champán. Desde luego, yo no pienso apedrear a nadie con alitas de pollo o rollitos de pescado, ni siquiera con palitos de falso cangrejo o cocacola ligth.

La verdad, no creo que se humille a nadie por comer sobre su piel, siempre que sea un acto consentido; por otra parte, si se trata de un acto público que no tiene una finalidad estética, sino la intención de usar un cuerpo desnudo para vender alguna mercancía de manera morbosa, también opino que puede ser degradante. Tan degradante –ni más ni menos– como subir a una chica a un automóvil para publicitar una marca. A partir de aquí, vamos a encontrarnos con todas las variantes que nuestra perversa civilización puede vender de un hecho que, en principio, es tan estético como recitar un poema. Los cuerpos, como los cuchillos y la energía atómica, dan mucho juego: el resultado final, más que de la forma, depende de la intención con que sean utilizados.

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