
A la policía le suele funcionar bien durante los interrogatorios, pero el ardid también es utilizado por las empresas y las instituciones. Ya saben: poli bueno, poli malo: un policía «malo» se presenta como un madero feroz y amenaza al detenido, mientras otro «bueno» lo anima y le colma de halagos para que confíe en él. Así, si no confiesa por las malas, probablemente lo hará por la buenas: el poli “bueno” alivia la presión del poli “malo”, y el detenido termina por derrumbarse.
En las empresas –no en todas, naturalmente–, suele haber un directivo con el mismo rol: se acerca más a los empleados y se presenta como su igual. Incluso, se permite criticar duramente al jefe, lo cual termina por hacer pensar a muchos subordinados que se trata de «uno de los nuestros». Como resultado, estos infelices le confían todos sus resabios y, a las pocas horas, la dirección de la empresa está al tanto de todo y toma buena nota para un futuro despido o una marginación laboral.
También sucede en las pequeñas instituciones. Por ejemplo, en la junta directiva de un hospital, de una universidad o de un instituto de enseñanza puede haber un directivo «bueno» que se acerque a algunos funcionarios más débiles o más influenciables y les ayude de manera tan desinteresada que es imposible no despertar en ellos simpatías, confidencias y complicidades.
En la economía global, esto es el pan nuestro de cada día. El poli «malo» de los medios de comunicación o de las perversas agencias de calificación espanta a los inversores, la bolsa baja, las primas de riesgo suben y unos cuantos tiburones financieros se enriquecen a manos llenas.
De vez en cuando, estas historias encuentran un final feliz; sin embargo, no es lo habitual, porque los humanos nos encontramos aún más cerca de los seres domesticados que de los seres poseedores de una adecuada conciencia social. Mal que nos pese.