Sobre cómo un par de mulas canarias tumbaron a dos sabios ingleses, en el siglo XVIII

En el Fondo Documental Antiguo de la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, que ahora se halla al lado del Barranco de Santos, se puede encontrar un documento que relata la estancia en Tenerife de un grupo de ingleses –entre ellos el Conde Macartney, primer embajador de Gran Bretaña en China, y el capitán de navío Erasmo Gower– que se dirigían a visitar el interior de China y de Tartaria, y a establecer relaciones diplomáticas y comerciales con sus respectivos emperadores. Viajaban a bordo de tres navíos: El León, El Indostán (propiedad de la Compañía de Indias) y un bergantín auxiliar llamado el Jackall.

Como dato curioso, debo reseñar que existe una lista que incluye, además de una larga serie de escribanos y secretarios de todo tipo, a los criados que acompañaban al Conde: un mayordomo y su ayudante, dos ayudantes de cámara, un cocinero, dos postillones, un corredor, un panadero, seis músicos, un carpintero, otro carpintero de obra prima, un sillero, un jardinero, un sastre, un relojero y un fabricante de instrumentos de matemáticas. Quizás olvidó contratar a un peluquero y un sumiller, porque nunca se sabe si en el Oriente se despeina uno con frecuencia o si apetece que te sirvan un vino Malvasía con estilo.

Tras recalar en Madeira, llegaron a Tenerife un domingo de octubre de 1792. Pegaron trece cañonazos para saludar a la población, pero nadie les respondió. De manera que desembarcaron y se informaron de que en Santa Cruz no había pólvora para cargar el cañón de los saludos. A juzgar por el diario, los ingleses no debían hablar muy bien el castellano ni enterarse de la mitad de lo que pasaba en la isla. Aunque, así y todo, lograron salir con vida de sus «grandes» aventuras en su ascensión al salvaje y peligroso Pico del Teide. En esta primera entrega, se incluye la anécdota de las mulas antibritánicas y, en el próximo, asistiremos a la visita que unas damas de la alta sociedad tinerfeñas hicieron a los ingleses en sus propios barcos y de lo que allí sucedió.

Así nos lo cuenta Eneas Anderson, uno de los empleados de la comitiva, quien fue en realidad el autor de la mencionada relación. Advierto al lector que he realizado la transcripción del documento al castellano actual, sin modificar una sola idea, con la intención de facilitar su lectura.

(Sábado 19) a las cinco de la tarde descubrimos el pico de Tenerife, a media noche registramos la punta oriental de aquella isla, y por la mañana temprano fondeamos.

(Domingo 21) Echamos anclas en la bahía de Santa Cruz, donde encontramos una fragata francesa que volvía de las islas occidentales, y la detenían allí, a causa de la revolución de Francia, hasta saber qué partido habría tomado S. M. C. en la confederación de las potencias de Europa, en guerra a la sazón con la asamblea nacional.

Hallándose en aquel tiempo en Gran Canaria el Gobernador de la isla, el Comandante de la plaza informó al teniente Campbell que no había en el almacén bastante pólvora, para responder al saludo; por lo cual se dejó el ceremonial ordinario.

La isla de Tenerife es una de las Canarias, y pertenece al Rey de España. Está entre los veinte y ocho y veinte y nueve grados de latitud norte y los diez y siete y diez y ocho de longitud occidental. Tiene de largo como cincuenta millas, veinticinco de ancho, sobre ciento y cincuenta de circunferencia. Aunque no se le da sino el segundo lugar entre aquellas islas, con todo, su extensión, su comercio sus riquezas la hacen la más importante de todas ellas.

Ciudad de Laguna, residencia del Gobernadores, la capital de esta isla; pero como no la he recorrido, me limitaré a la descripción de la de Santa Cruz, delante de la cual fondeamos.

Esta ciudad está situada a Nordeste de la isla, y tiene ensenada para los navíos. El mejor ancoraje no dista de la ribera más que media milla. El agua posee mucha profundidad, y tiene rocas en el fondo. La costa está llena de peñas, y muy escarpada. Un pico, que levantándose hasta las nubes domina sobre esta isla, la hace célebre.

Santa Cruz tiene cerca de tres cuartos de millas de largo, y media de ancho; las casas son de piedra, y de la misma construcción que las de Madera. Hay varias iglesias muy hermosas, dos de las cuales están adornadas con grandes torres anchas y cuadradas, que dan mucho realce al efecto que causa esta ciudad contemplada desde la bahía.

Tiene una calle muy bella, las demás sólo son callejuelas que no valen nada. Dos fuertes colocados a las extremidades Este y Oeste, dominan la bahía.

En esta ciudad como en las demás vecinas hay muy pocas tropas. La milicia es muy numerosa; pero no se junta sino en los casos urgentes. La ciudad, aunque no es muy grande, está  muy poblada.

Sus habitantes son principalmente españoles. Se encuentra en ellos aquella fiereza que caracteriza su nación, y que ha pasado en proverbio.

A pesar de que este pueblo habita una isla fértil en extremo, donde el menor trabajo les alcanzaría los mayores productos, todo su exterior no anuncia más que pobreza y miseria.

Hay  otro  fuerte al Oeste de Santa Cruz, situado sobre una gran eminencia que parece muy fuerte, y domina parte de la bahía.

El clima de Tenerife es caluroso, y como el de Madera, no está expuesto a variaciones. Durante nuestra detención allí, el termómetro puesto a la sombra se mantuvo  entre  setenta  y  ochenta grados; y varió muy  poco a bordo del navío.

El Gobernador  reside ordinariamente en la isla, distinguida de las demás por el nombre de la Gran Canaria; distante  doce ó quince leguas de Tenerife.

(Miércoles 24) Habiendo, formado el proyecto de visitar el Pico, Sir Jorge y Mr. Staunton, los Doctores Gillan, Dinvviddie  y Not, MM. Maxwell,  Barrow, Alexandre, y el coronel Benson, partieron  a las ocho de la mañana de Santa Cruz, llevando  consigo todo lo necesario para el buen éxito de su empresa. El termómetro estaba a la  sazón a los setenta y siete grados.

Iban montados sobre mulos, y bajo la dirección  de  buenos guías que se habían escogido. Ya habían  recorrido siete u ocho millas a lo largo de la montaña, sin casi ningún obstáculo; pero llegándose a enfriar el aire a punto de hacer bajar el termómetro a los veinte grados, precisó a los viajeros a ponerse otros vestidos. Después de haber tomado al mismo tiempo algún alimento, se pusieron de nuevo en camino.

Llegados al pie del Pico; cubierto enteramente de seis pies de nieve, y presentándose a cada paso nuevos obstáculos, detuvieron su marcha.

Habiendo caído de su mula Sir Jorge Staunton con mucho peligro de perder la vida, y dado en el suelo con su jinete la del Doctor Gillan, estos accidentes juntos a los peligros que se presentaban delante de ellos, al extremo cansancio de los viajantes, y la proximidad de la noche, les precisaron a pararse, y a pasar la noche sobre la montaña.

En consecuencia, valiéndose de grandes casacas de lana, y algún lienzo que traían, lograron levantar una: especie de tienda informe, pero con todo, habitable. Después de haber encendido un poco de lumbre, y hecho una triste y ligera cena, cada cual se entregó al sueño.

CONTINÚA EN LA SEGUNDA PARTE

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