Desde el «J’accuse» de Zola a los «cables» de Wikileaks

Siempre he dicho que cada ayuntamiento debería comenzar por colocar las cámaras de vigilancia en los despachos del alcalde y de los concejales para que los ciudadanos podamos ver lo que están haciendo, a través de pantallas públicas. Nos ahorraríamos muchas tropelías y muchos millones de euros. Evidentemente, jamás lo harán, porque se creen con derecho a mirar sin ser vistos.

Lo expresado para los concejales ­–que son los últimos monos del mundo político, dicho sea en el mejor sentido­ y con el mayor respeto– también vale para el resto, incluyendo los inquilinos de la Casa Blanca, el Pentágono y la Asamblea de las Naciones Unidas. Todos ellos saben que la gente de la calle no está preparada para entender todo lo que ellos hacen en la privacidad de sus despachos.

A nadie se le escapa que los gobiernos entran a saco en la intimidad de los ciudadanos a través de las redes de telefonía y de internet. En aras de una dudosa seguridad, nos vigilan las veinticuatro horas para saber qué fobias y preferencias tenemos. Trillones de datos que utilizan para eternizarse en el poder y enriquecerse hasta límites insospechados. Todo esto lo sabemos, nos hemos habituado a ello y hasta ya pensamos que es lo mejor para la democracia. El Big Brother ha venido y nadie sabe cómo ha sido.

El cazador cazado

Lo que no esperaba el Gran Hermano era que en algún momento sus propias cámaras nos mostraran sus sucias maniobras en los sótanos del poder. Cuando los responsables (?) de ese poder supieron que Wikileaks se proponía publicar un dossier de cientos de miles de páginas comprometidas trataron de hacer lo imposible por impedirlo. Desde desactivar la página Web hasta enviarle a su propietario toda clase de comunicados entre lacrimosos y amenazantes. No lograron del todo su objetivo pues la información fue remitida a cinco diarios de gran difusión: The New York Times, The Guardian, Le Monde, El País y Der Spiegel

Al parecer, esos documentos no comprometen la paz mundial, la cooperación internacional ni la navegación aérea: únicamente desacreditan a personas concretas que mueven los hilos del poder y cuyo comportamiento es vergonzante: unos por inmorales y otros por cotillas. Si fuera de otro modo, ni se molestarían en tomar medidas disuasorias para que estos documentos continuaran en el más absoluto secreto. Para salvaguardar la paz mundial, lo sabe todo el mundo, lo mejor es no fabricar armamento y, mucho menos, emplearlo. A Sadam Husein se lo proporcionaba Estados Unidos y, después, Inglaterra.

Las rebajas del tío Paco

Así que ahora, pensará algún ciudadano bueno y crédulo, han quedado sus truculencias al descubierto. Sin embargo, no es  eso lo que yo pienso. Tengo la absoluta certeza de que esos papeles no verán la luz sino en un porcetaje ínfimo. El suficiente para acallar, en parte, la actuación que llevarán a cabo los periódicos depositarios de esos documentos. Porque en cuestión de días, si no de horas, detendrán la publicación de los cables, presionados por sus respectivos gobiernos y por sus poderosos anunciantes. En nombre de la prudencia, sólo nos darán un poco de carnaza del tipo de noticia basura que publicarían The Sun, en el Reino Unido, o Bild, en Alemania. Y nada más. Que nadie se haga ilusiones.

Una esperanza

Wikileaks representa, hoy, la información democrática en el siglo XXI. Seguramente, habrá más proyectos de este tipo que defiendan a la población de los abusos de poder de unos gobernantes que creen que todo vale. No será un camino fácil y nadie coronará de rosas ni de laureles a quienes se arriesguen a transitar por la senda de la transparencia informativa, que equivale a decir de la decencia democrática. Serán crucificados por el poder político, por el poder económico… y por los propios ciudadanos.

Sin embargo, esas iniciativas lograrán sanear buena parte de las cloacas, repitiendo una vez más el Jaccuse…! No hay que perder la esperanza ni la calma. Más difícil lo tenía Zola y logró sacar a Alfred Dreyfus de la misma Isla del Diablo, desenmascarando las repugnantes maniobras del estado francés para condenarlo.

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