LA CRISIS, SEGÚN FRANZ KAFKA

 

Como Jesucristo, Franz Kafka era muy dado a mostrarnos la realidad reflejada en una parábola, quizás para que nos ahoguemos en ésta mientras pensamos que realmente contiene aquélla. Igual que se ahogó el bello Narciso, loco de amor por su imagen reflejada en el agua, o como se sumergía en los amaneceres aquel toro enamorado de una luna vislumbrada en los espejos del río.

Las metáforas pueden embellecer la realidad, pero pocas veces logran explicarla. Ahora bien, cuando las escuchamos nos quedamos con la sensación de haber comprendido los grandes secretos del universo. Por eso adoro a Borges y a Kafka,  ese par de mentirosos que me inquietan tanto y tanto me sobresaltan.

Aquél tradujo a éste, quizás seducido por sus paradojas o, ¡quién sabe!, porque nunca lo entendió del todo y quiso dejar sus nombres unidos por lo que más amaba: el enigma.

Estos dos relatos brevísimos de Kafka no contienen soluciones para nada, pero tienen el encanto de acercarnos a la actual crisis económica desde el pesimismo más aterrador.

 

Fabulilla

–¡Ya! –decía el ratón–. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitaban tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí, en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.

–Sólo tienes que cambiar la dirección de tu marcha –dijo el gato, y se lo comió.

 

El buitre

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

–Estoy indefenso –le dije– vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

–No se deje atormentar –dijo el señor–, un tiro y el buitre se acabó.

–¿Le parece? –pregunté– ¿quiere encargarse del asunto?

–Encantado –dijo el señor–; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?

–No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí–: por favor, pruebe de todos modos.

–Bueno –dijo el señor– , voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

 

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