Opino que nuestra civilización está basada en la traducción.
Joseph Brodsky

Cualquier texto sustenta una carga ideológica que, al pasar por el tamiz de la traducción, es susceptible de ser modificada por los errores del traductor o tergiversada conscientemente por este, pues goza de una posición privilegiada, en cuanto es un mediador entre culturas y no solamente entre idiomas.
En el proceso de traducción es sencillo mutilar o tergiversar el original, basándose en razones de cualquier índole, incluidas las éticas. Pero el traductor ha de ceñirse a lo que se dice en el texto original y traducirlo, en lugar de optar por transcribir lo que, en su opinión, el autor debería haber dicho. Tanto los autores como los editores han de vigilar que el traductor no manipule los textos originales, cambiando su sentido político, religioso, etc., guiado por sus simpatías personales. Se trata de una práctica lo bastante extendida como para hacer un seguimiento detenido de los resultados, si no se conoce muy bien al profesional contratado. A este respecto, dice Salvador Peña:
Desde aquí llamamos la atención sobre el hecho de que las traducciones se cuentan entre los refugios consentidos donde ciertas formas de censura siguen actuando en las sociedades democráticas contemporáneas. Cualquier enfoque ético de la descripción traductológica debería partir –entre otros elementos– de lo que podríamos llamar los derechos del original, gravemente dañados a veces por los procedimientos descritos en puntos anteriores [es decir, la mutilación y la manipulación de los textos.[1]
Se comprenderá la importancia de cualquier alteración ideológica en la traducción, especialmente en las obras de historia y de sociología, si se piensa que estos textos pasarán a formar parte de la cultura del país de destino y a cumplir funciones más o menos importantes en las decisiones que afectan al cuerpo social.
El traductor desarrolla siempre una labor de acercamiento a una ideología, haciendo captar al lector el aura de la lengua en que fue escrita una obra. Siempre es preferible la adaptación de un texto frente a su manipulación, como problema ético antes que lingüístico. Pero ha de ser una adaptación entendida como la sincronización de los elementos lingüísticos del original con los de la nueva lengua. Lo cual exige una reflexión en torno a la significativa mediatización que ejerce una lengua dominante sobre otra, más o menos sometida, como sucede con el inglés y el español, produciéndose un trasvase cultural excesivo hacia el idioma castellano desde la cultura anglosajona, como es notorio.
Por otra parte, cuando los textos son ambiguos, el traductor aplica su propia visión del mundo, favoreciendo las tendencias ideológicas de las que participa. Es preciso que el profesional sea consciente de cuáles son las estructuras ideológicas que están determinando sus traducciones, de modo que pueda subvertirlas, si lo considera necesario.

(Continúa en la siguiente entrada de este mismo blog )
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NOTAS
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