El almendro y el toro

Nicolás Estévanez fue un político canario que ejerció de Ministro de la Guerra en España, durante el breve período comprendido entre el 11 y el 18 de junio de 1873.  Cesó tras rechazar las pretensiones republicanas de convertirle en Dictador. Entre sus muchas cualidades, sobresalió la de poeta y, entre sus muchos versos, he recordado los siguientes porque resumen de manera admirable el sentimiento de la mayor parte del pueblo isleño:

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.

Quizás por esto, los canarios hayamos pasado sin pena ni gloria cuando, hace un par de décadas, suprimimos la llamada «Fiesta Nacional» de nuestras islas. Algo lógico, pues no hemos crecido a la sombra de toros bravos y aceros toledanos, sino de vides y almendros mecidos por los suaves alisios de las islas.

Ahora asistimos perplejos a la batalla torera que tiene lugar en la Piel de Toro, sin entender y entendiendo que cada vez más la Muerte del Toro es uno de los símbolos que han caracterizado a la parte más sórdida de la sociedad española, a los que sus representantes se agarran como a un clavo ardiendo, conscientes de que el nuevo siglo terminará por arrebatárselos.

Les horroriza el solo pensamiento de que las futuras generaciones no crezcan a la sombra del toro como símbolo del seudomacho ibérico y que entre sus valores no figure el morboso amor a la sangre ajena derramada en la plaza, tanto da que sea de hombre como de animal. Lo más práctico es decir como el jefe opositor de la tribu caníbal: Aquí no se obliga a nadie a comer cabezas como ha sido tradición de nuestros antepasados: el que no quiere que no coma, pero que deje comer en paz al resto. La memoria para ellos está ligada a la propiedad del caldero, jamás a la víctima. Yo soy más de Estévanez:

A mí no me entusiasman
ridículas utopias,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia
.

Y me resisto a formar parte de esa España siniestra que todavía echa de menos el Tribunal de la Inquisición, que defiende la espada en el corazón del toro, que le encanta desriscar cabras desde lo alto de campanarios, que permite que una pandilla de borrachos salte sobre bebés acostados en la calle  y que de manera permanente condena la Libertad por activa y por pasiva. Una Libertad que, al fin y al cabo, ellos representan con ese toro que tras abanderillarlo y atontarlo con pases y señuelos desean atravesarle el corazón con la espada que ocultan bajo sus arrugados trajes de espantapájaro.

Tal vez, lo que defienden con tanto ardor no sea precisamente la memoria del pueblo español, sino la metáfora taurina de sus propias vidas. Por esto y por tantas otras cosas, cada día tengo más seguro que ni su patria ni sus navajas son las mías. Para bien vivir y bien morir, prefiero sentarme en las mismas patrias sombras del poeta.

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.

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