el día 21 de octubre de 2009 es una fecha tan buena como cualquier otra para morirse y cabe la posibilidad de que dentro de cuarenta años alguien se acuerde de ti y escriba unas cuantas líneas para hacerte un homenaje como esta carretera sin curvas que yo le dedico hoy al buenazo de jack por haber tirado la botella y estirado la pata el veintiuno del diez del sesenta y nueve. si por fin no te mueres antes de alcanzar mis ochenta y ocho tacos puede ocurrirte que para entonces no te acuerdes de nada o por el contrario que lleves en la cabeza grabados a sangre y fuego todos los acontecimientos de tu vida. en la mía se cruzaron dos tipos raros un sábado por la mañana hace sesenta años y pronto me di cuenta de que era un testigo privilegiado del nacimiento de una palabra que cambió el mundo. no seré yo quien te solucione el dilema de si el pensamiento se encuentra determinado por el habla o es el habla la que se encuentra determinada por el pensamiento pero voy a decirte una cosa: en estos momentos el pensamiento moderno y la historia de los últimos sesenta años habrían transcurrido de una manera muy diferente si en américa no se hubieran acuñado los términos bebop y beat. lo que yo digo es que en el fondo somos animales simbólicos que vivimos en un cosmos simbólico equivalente a un universo edificado con palabras que se comportan como los bloques de lego y crean un mundo con un orden y un desorden simbólicos. ladrillos virtuales. auténticos píxeles que contribuyen a un grado concreto de resolución. irrealidades poderosas. vamos a aclarar este embrollo en honor de los huesos del viejo zorro intentando no citar a ginsberg ni a la destrucción ni a la locura. al carajo las poderosas mentes. viste cómo richard rolling convirtió a su padre en chocolate sin temblarle el pulso al liarlo en papel de fumar y sin que el fbi ni los bobbies le molestaran en lo más mínimo como en los viejos tiempos. bebop. a principio de la década de mil novecientos cuarenta la palabra bebop designaba el ruido que produce la porra de un policía blanco cuando alcanza la cabeza de un negro. el término bebop fue utilizado en esa misma década por el saxofonista charlie parquer y por el trompetista dizzy gillespie para nombrar un nuevo estilo de jazz que se construyó con improvisaciones sobre ritmos complejos y armonías disonantes. ahora es fácil imaginarlo porque casi todo es disonante pero entonces sólo asonaban y disonaban los cantadores de tajaraste o los dodecafonistas seguidores de un tal arnold schoenberg que trabajó en un banco en praga hasta que empezó a dar conciertos en berlín y vino a los ángeles y compuso hacia 1947 un superviviente en varsovia. naturalmente no fui testigo directo del momento en que el término bebop adoptó el nuevo significado porque yo nací al lado de nueva orleans y la adopción tuvo lugar en nueva york a muchos kilómetros de distancia por personas ajenas a mis relaciones sociales y se desarrolló mientras yo me encontraba tumbando nazis en el viejo continente. tampoco sé si arnold llegó a tomarse unas copas en compañía de parker cuando éste visitaba california. lo que puedo decir es que la fortuna quiso que yo sí estuviera presente cuando nació la palabra beat que también tiene una relación muy estrecha con el jazz y los golpes en la cabeza. ¿cuándo sucedió eso? verás. yo regresé a américa en 1946. volví a mi casa en delacroix island: una aldea de san bernardo parish: junto a nueva orleans, la recordarás porque allí fue donde se rodaron las escenas de las gambas de la película forrest-gump. había estado luchando en europa desde los veintiún años de edad. mi infancia y mi adolescencia transcurrieron entre pescadores cazadores y tramperos y por qué no decirlo entre fabricantes clandestinos de bebidas alcohólicas. mis juegos tuvieron lugar en las orillas pantanosas de los canales del río misisipi y asistí poco a clase porque el huracán de 1917 desarmó la escuela y la maestra desapareció con la gripe española de 1919 y no enviaron otra hasta muchos años más tarde.
aquella mañana de 1949. verás. aquella mañana yo tenía el trasero apoyado contra el muro de un jardín en la esquina de la avenida st claude con la calle france esperando que pasara un coche para hacer auto-stop hacia san bernardo. vi cruzar el chevrolet del juez pérez pero no me atreví a poner el dedo. no gracias. no quería líos con esa clase de gente que casi siempre están buscando chivos expiatorios para colgarles cualquier delito que han cometido ellos mismos. así que continué allí pensando en la vida que había llevado mientras formaba parte de una comunidad muy peculiar. en esta parte del delta del misisipi vivían cayunes e isleños pero ambas comunidades no se mezclaban. ellos hablaban su francés del demonio y nosotros seguíamos con el dulce español que nuestros antepasados habían traído de las islas canarias en el siglo dieciocho. con las comidas sucedía los mismo: nuestro caldo isleño cocinado a base de verduras mezcladas con diversos tipos de carne y papas les resultaba extraño a ellos mientras que nosotros torcíamos el gesto cuando nos hablaban de su gumbo tan picante como si lo hubiera preparado el mismo demonio. ellos no venían a nuestras fiestas ni les gustaba cantar décimas y tampoco nosotros merodeábamos por sus bailes desabridos con violines que hacían ñiquiñiqui y donde no se podía dar ni un mal puñetazo los sábados por la noche. ellos pensaban que nos llamábamos isleños porque vivíamos en delacroix island y nosotros no sabíamos que el término cayún provenía del gentilicio acadiano. tales para cuales.
el sol empezaba a calentarme la cabeza más de la cuenta. pasó un camión pero llevaba una familia entera en la cabina y era lógico que no se detuviese. me dio sed. mi tía le enviaba una botella de licor a mi viejo y decidí echarme un trago antes de que el líquido se calentara. como te decía: hasta que me alistaron para la segunda guerra mundial casi no me aventuré más allá de san bernardo parish. quizás había hecho alguna salida esporádica a nueva orleáns pero nunca más lejos que la casa de mi tía en el french quarter a doscientos metros de la calle borbon. en europa logré sobrevivir a las balas nazis y a las chulerías de mi sargento texano e incluso a la gonorrea de unas gemelas de la gestapo a las que encontré cantando entre las ruinas de una iglesia en bremen. créeme que el regreso a casa no fue fácil. la actividad como trampero se había convertido en poco rentable y para quienes no teníamos embarcaciones adecuadas la pesca tampoco era buena salida económica. a mi regreso ya había cumplido los veinticuatro años de edad y estaba soltero. mis padres tenían asegurada su manutención de manera que nada me ataba a aquellos pantanos y aproveché la oportunidad que ofrecía el gobierno a los soldados licenciados para adquirir algo de formación. esta es la razón por la que me trasladé a vivir a nueva orleans. una hermana de mi madre se había casado con un hombre del barrio francés y me ofreció una habitación en su casa durante el tiempo que permaneciera en la ciudad. sin dudarlo acepté su invitación. ya llevaba casi tres años asistiendo a clase a punto de lograr un título de peritaje en refinado de petróleo cuando conocí a neal y a jack. fue aquel sábado por la mañana. ya les comenté que me había colocado en la avenida st claude acechando cualquier vehículo que se dirigiera a san bernardo parish con la intención de hacer auto-stop e ir a visitar a mi familia durante el fin de semana. por esa época había poco tráfico hacia mi pueblo pero por fin hacia las once y media se detuvo un impresionante hudson sedan con dos jóvenes dentro.
«¿vais a san bernardo? «sí sube te llevamos» el que iba al volante era un tipo rubianco larguirucho con el pelo largo y la barba sin afeitar. ocultaba los ojos con gafas de sol y la mitad de la barriga con una camiseta sucia. su acompañante también era blanco: vestía con descuido y el pelo le cubría las orejas. la edad de ambos estaría entre los veinticinco y los veintiocho años. probablemente se me reflejó la desconfianza en la cara cuando pensé que aquellos presuntos vagabundos podrían haber robado el coche. el conductor inició una mueca al tiempo que movía su mano hacia el freno en un gesto que parecía indicar que mis oportunidades de viajar en aquel lujoso auto se estaban terminando. abrí la puerta trasera y subí justo cuando las ruedas empezaban a girar. «oye jack» dijo el del volante con tono despreocupado sin dignarse a mirarme «pon un poco de música» el otro encendió la radio y comenzó a buscar una emisora. después de un predicador que sólo tuvo tiempo de pronunciar «a las llamas del infierno…» y de la voz monótona del presidente del senado de baton rouge pidiendo calma a la gente de napoleonville por la plaga de mosquitos sonó el saxo alto de charlie parker. de inmediato surgió la trompeta de miles davis con un tataratá-taratá-tarará que actuó como viento del desierto entrando por la ventanilla del conductor abrasándonos los tímpanos. aunque nosotros no lo sabíamos era la primera vez que sonaba a night in tunisia en una emisora de nueva orleans interpretada en directo por davis y parker los cuales a aquellas horas de la mañana ya estaban colocados hasta las orejas resoplando y dando traspiés por el estudio de la emisora frente a la segunda parada del travía en la calle canal. los dos locos que venían en el coche parecían haberse olvidado de mí y movían las manos y la cabeza como si todo el alcohol revuelto con la marihuana y la heroína que llevaban encima aquellos chiflados músicos les hubiera sido inyectada por vía radiovenosa. el hudson atravesó el pequeño puente de hierro a una velocidad endiablada armando un escándalo de mil pares. ahora sonaba el saxo de parker saltando sobre los compases de la batería y sobre los rebencazos del coche desbocado como una locomotora descarrilada que se lanzara a un paseo por el campo atropellando las piedras y los conejos. ya sé que ahora nadie recuerda aquella actuación pero les aseguro que todo esto ocurría cinco años antes de que dizzy gillespie interpretara con charlie el pájaro la misma pieza en el massey hall de toronto.
así fue como conocí a aquellos tipos que parecían sacados de una trinchera griega media hora después de un bombardeo alemán. el locutor quiso decir algo pero parker y davis le arrebataron el micrófono y continuaron tocando sin solución de continuidad. ahora el saxo de charlie parker gemía my old flame sobre un pentagrama de terciopelo rojo. la trompeta de miles davis parecía limitarse a colocar puntos y comas. a medida que se aminoraba el ímpetu de la música disminuía la velocidad del sedán. estábamos cerca de chalmette. jack se giró hacia atrás y me extendió la mano para presentarse. «soy jack kerouac y cuando no estoy en la carretera vivo en nueva york. éste es neal cassady dueño de esta máquina maravillosa y de profesión… beat. «¿beat?» exclamamos neal y yo al mismo tiempo. «beat sí beato igual que yo. el beato neal cassady» neal aminoró aún más la marcha del coche mientras esperaba mi reacción espiándome por el espejo retrovisor. en un instante decidí colocarme a la altura de la circunstancias y demostrar a aquel par de paletos que no se podía vacilar tan fácilmente a la gente que ha crecido con los pies hundidos en las aguas del misisipi. «encantado de conocerlos amigos. mi nombre es alan gonzález. de profesión… saint. «¿saint?» los beatos palurdos cayeron en la trampa. «saint sí. soy san alan gonzález» afirmé con cara seria mientras en mi mano aparecía la botella de licor de ciruelas y les invitaba a echar un trago. los isleños siempre damos una de cal y otra de arena: no podemos evitarlo. cassady pegó los labios al gollete de la botella y se ahogó porque la risa le llegó con retraso. casi nos vamos fuera de la carretera. no volcamos gracias a que jack sujetó el volante. neal sin soltar el pedal del acelerador daba fuertes golpes con las manos en el salpicadero debatiéndose entre la tos y la risa con los ojos cerrados sin pensar por un segundo que podríamos matarnos allí mismo. cuando se repuso kerouac me señaló con el dedo pulgar e hizo un comentario que volvió a dejar las cosas en su sitio. «el santo está pálido. creyó que se iba al infierno con los dos beatos». esta vez neal pisó el pedal del freno a fondo y nos fuimos hacia delante y sus carcajadas lo llenaron todo. «¡santos y beatos jajajajaja!» aullaba «¡saints y beats!». cuando se calmó un poco yo también estaba riéndome a carcajadas y me atreví a preguntarles «¿saints o beats? ¿cuál de las dos profesiones elegimos muchachos? «¡beats!» respondieron a coro. estábamos a doscientos metros del lugar en que se desarrolló la batalla de nueva orleans en 1812. desde la radio se deslizaba el sonido de una trompeta fabricando un laberinto sonoro para cercar las notas beatíferas de un saxo que parecía morir de amor entre las manos de un genio negro. beat. la palabra mágica fue inventada en ese lugar y con esa música. soy testigo. alguien debería colocar allí una placa con una sola palabra: beat.
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