El plagio

Hay hombres cuya conducta es una mentira continua.
Barón de Holbach)

En la Edad Media, algunos monasterios fueron centros culturales dedicados al rescate de textos de antiguos manuscritos, mediante las copias que realizaban los monjes especializados. Sin embargo, estas copias no eran literales. Los copistas intentaban mejorar los textos, creando un nuevo manuscrito que no era reproducción exacta del original. De esta manera, los roles de autor y de copista tendían a confundirse y la idea de plagio aún no había adquirido cuerpo. Como caso extremo, se puede mencionar a Petrarca, cuya profesión de copista, le llevó finalmente a producir textos completamente originales, a fuerza de copiar libros ajenos.

La llegada de la imprenta confirió un papel destacado a los autores, a quienes se les reconoció la paternidad de sus obras y su propiedad intelectual. Se entiende, pues, por plagio la copia de partes substanciales de obras ajenas, dándolas como propias. Si usted reproduce literalmente lo que otro autor ha escrito, sin entrecomillar o indexar el texto y sin citar su procedencia, está cometiendo un plagio. Sin embargo, cuando alguien repite con otras palabras el pensamiento de un autor no hace un plagio, sino una paráfrasis, lo cual es perfectamente legal.
Todo eso está llevando a numerosos autores a poner marcas en algunas partes de sus obras que les permitan demostrar que el robo intelectual ha sido llevado a cabo. No permita usted que personas o empresas sin escrúpulos se aprovechen de su labor literaria y denuncie al autor del robo de inmediato: así ayudará no sólo a mantener alta la dignidad de los escritores, diferenciándolos de los simples plagiarios, sino también a proteger a los lectores del fraude.
En lo que se refiere a la información electrónica, como puede ser la extraída de Internet, y a los pequeños o grandes plagios, dice Nuria Amat:

Todo dependerá de la honestidad, creatividad o estrategia con que el escritor sepa aprovecharlas de un modo innovador. Queda librada a cada cual la facultad de decidir si elabora un texto forjado en base a fragmentos no identificados de otros textos (Foucault no contempla otra forma de escribir) o bien trata de exponer o recrear alguna idea nueva. […] La creación original como idea romántica de la elaboración de un texto es un concepto superado. Ser original significa poco más que disponer de un talento particular para saber copiar de la manera correcta. […] Todo escritor tiene algo de plagiario, de copista y de traidor […]. Todo escritor es un ladrón de textos. Un saqueador de citas. Se trata en verdad de pequeños robos, y no hay escritor que no sea, en cierto modo, lector y, por tanto, un repetidor de voces.*

Permítame finalizar este post, medio en broma y medio en serio, afirmando que el plagio –no como figura jurídica, sino ética– no concluye en la copia de obras ajenas, sino que también incluye las propias, aunque eso, a veces sea inevitable. Decía Chesterton, con sorna, que todo autor termina siendo su mejor e involuntario parodista y Borges, que conocía perfectamente la cita de Chesterton, la parafraseó –¿quién se atrevería a afirmar que el divino argentino pudo plagiarla?– de este modo: «Todo escritor acaba por ser su menos inteligente discípulo.»**
Cualquier autor que no enriquezca continuamente su vocabulario y su sintaxis no sólo se estanca, sino que los va perdiendo, al tiempo que se anquilosa su estilo con las mismas estructuras y palabras, repetidas una y mil veces.

________________________________

* Amat, Nuria: El libro mudo. Las aventuras del escritor entre la pluma y el ordenador. Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1994.
** Borges, Jorge Luis: Veinticinco de agosto, 1983. En: Borges: La memoria de Shakespeare. Alianza Editorial, Madrid, 1999.

Enriquece este artículo con un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Powered by WordPress.com.

Up ↑

Descubre más desde Manuel Mora Morales

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo