ABELARDO VICIOSO. El gran poeta del Caribe

Fue presentada en Santo Domingo la novela póstuma de Abelardo Vicioso (1930-2004), “Memorias del Teniente Veneno”. Se trata de un relato autobiográfico de casi mil páginas, editado por el Gobierno dominicano, escrito por quien ha sido considerado por muchos como el mejor poeta de la República Dominicana y uno de los grandes vates de América Latina. Dos meses antes de su muerte, cuando se hallaba finalizando esta obra, tuve el honor de entrevistarle, en su casa de Santo Domingo.

La mañana embiste. Un cinturón de fuego ciñe la capital de la República Dominicana. Afortunadamente, no es el mismo fuego de plomo y metralla que menciona el poeta Abelardo Vicioso en su “Canto a Santo Domingo Vertical”, sino el que genera este sol inclemente más allá del Malecón, el que convierte el cielo en la tapadera azul de una ciudad hirviendo. Me acompaña Pedro Valido, un canario errante que ha dado tumbos por medio mundo para buscar a Canarias en cualquier punto geográfico del planeta, excepto en su propio archipiélago; extrañamente, la ha encontrado en medio del Caribe y ahora se enriquece fabricando jamón, chorizos y morcillas con carne de pez espada, bajo la marca El Guanche.

Sobre el asfalto, humeante como café de olla, un paso nos fatiga igual que un kilómetro. Todas las sombras de la isla parecen haberse muerto antes del amanecer. Cada minuto recorrido empina más la calle y uno tiene la impresión de que pronto el pavimento se convertirá en un incendio. Por fin, nos detenemos ante un bloque de apartamentos teñidos con una gama de colores que desciende del ambarino al bermejo, genuinos estucados venecianos arados durante años por yuntas de lluvias mansas como bueyes. Detrás de una ventana enrejada, en el piso bajo, se mueve una mano, una sombra de jaleas de guayaba que nos hace señas amistosas de bienvenida. Antes de que nosotros alcancemos la entrada, una joven señora abre la puerta y nos invita a pasar al interior.

EL POETA EN SU CASA

Accedemos al amplio salón de paredes blancas, vivificadas por docenas de plantas en macetas que reposan sobre el suelo, penden del techo o se posan en minúsculas mesitas, igual que guacamayos. Junto a la ventana, sentado en una silla de ruedas, hay un hombre mayor: me es imposible calcular su edad al primer golpe de vista: ¿cincuenta y seis, sesenta y cinco, setenta y cuatro? Pedro lo abraza con evidente cariño y el otro corresponde.

–El señor Abelardo Vicioso.

Extiendo mi mano al más insigne poeta vivo del país y, quizás, de Latinoamérica. La mano de Vicioso es pequeña y tan cuidada como su perilla gris; aprecio un franco apretón de bienvenida. En una de las mesas, están preparadas varias jarras con zumo de fruta y cubitos de hielo que nos devuelven al mundo de las temperaturas tolerables y nos hacen conscientes de la sombra fresca de la pieza, en cuyo techo gira el ventilador de largos brazos con que todo quijote meridional necesita amueblar un rincón de su vida.

Intento establecer con el poeta cierta complicidad sobre el lenguaje que utilizaremos delante de la cámara. Sus ojos marrones se mueven constantemente bajo las gafas doradas, como batiendo el torrente de consideraciones y de musas que se precipita detrás de su frente despejada, tersa, infantil casi.

Abelardo me habla de su hereditaria espondiartritis anquilosante (una enfermedad reumática con dolores y endurecimiento de las articulaciones), que lo ha postrado en una silla de ruedas y le ocasiona una dependencia casi completa, a él que, precisamente, escribió “los hombres que construyen la vida / y nunca se arrodillan en sus grandes batallas / y tú estarás de pie, diciendo al enemigo…”

EL POETA EN HOLLIWOOD

Vicioso es uno de los personajes más dignos y admirados de República Dominicana y de las Antillas, por múltiples razones. En su juventud estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde terminó sus estudios en 1953. El año siguiente lo pasó realizando estudios cinematográficos en Holliwood, donde también trabajaba una casi vecina suya e hija de canario, la actriz María Montez, protagonista de tantas superproducciones de la época.

Algo antes de que Montez fuera a morirse a París, Vicioso regresó a su isla natal e ingresó en el ejército del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, con el grado de Teniente y el cargo de Fiscal Militar, justamente el mismo año en que el temido Jefe recibía la Orden Piana, concedida por aquel Papa tan amigo de los tiranos.

Sin embargo, por razón de una infame historia relacionada con Franco y el vapor España, fue destituido de su puesto por el propio Trujillo (“¡Saquen al fiscalito ese!”, fue su frase), en un episodio tragicómico que hasta ahora ha permanecido oculto para sus propios compatriotas. Más tarde, se doctoró y, poco después, ejerció como Decano de la Facultad de Humanidades en la misma universidad donde había estudiado.

Su carrera literaria comenzó a una edad muy temprana. A los veintiocho años mereció el Premio Nacional de Poesía y recibió críticas elogiosas del propio Joaquín Balaguer, presidente con Trujillo y presidente después de Trujillo, cuya ideología siempre fue antagónica a la luz que animaba a Vicioso, pero que participaba de esa peculiar alma de jabón que anima a ciertos personajes incombustibles. Pero alguien ha traído la sed a nuestras casas, alguien ha retorcido la luz de nuestros días, alguien tiene las manos sucias de nuestra sangre. Y yo te estoy queriendo tan necesariamente que buscando tu origen me propongo olvidarte. (“Soledad: Día Cero”, de A. Vicioso. Fragmento)

GRITARÁN LOS ESCOMBROS

–Mi abuelo y mi abuela, los dos, eran hijos de inmigrantes canarios que se asentaron en Puerto Rico –dice Vicioso, cuya cabeza, a contraluz, aparece rodeada por el aura de la claridad implacable en la vía pública, ya casi a punto de fusión–. Vinieron para acá, en 1898, cuando los norteamericanos invadieron Puerto Rico, después de bombardear la escuadra de Santiago de Cuba. A uno de los hermanos de mi abuela lo arrastraron, amarrándolo a la cola de un caballo hasta que murió, porque protestó contra la invasión, defendiendo su nacionalidad española. Esta fue la causa por la que tantas familias vinieron aquí.

Esas antipatías hacia los ejércitos del Norte las heredó Vicioso y se pusieron de manifiesto cuando, muerto Rafael Leónidas Trujillo, se intentó restablecer la democracia en el país. Se celebraron elecciones. y el conocido escritor Juan Bosch alcanzó la presidencia de la República. Su ideología progresista no agradó en algunos sectores reaccionarios que calificaban de caótica la situación social bajo su mandato y de turbulenta la necesaria reforma agraria puesta en marcha. “Más que babel de las lenguas hubo babel de las ideas. Y todo armonizaba como el desorden bello de las estrellas.” (“Génesis”, de A. Vicioso. Fragmento)

Como no podía ser de otra manera, el asunto desembocó en una invasión del ejército estadounidense, lo cual no era una novedad en la isla, porque ya lo había hecho algunos años antes, entre 1916 y 1924, conduciendo la economía azucarera del país a manos norteamericanas, produciendo una situación muy bien descrita en la novela “Over”, de Marrero Aristy. Pues bien, en el amargo trance de ver invadido su país, mientras corría el año 1965, se destacó Abelardo Vicioso que se enfrentó a los estadounidenses y animó a los dominicanos a no doblegarse ante los “tiburones” o destructores fondeados en la bahía.

Quizás, porque esta vez los del Norte no trajeron caballos o porque no lograron ponerle la mano encima, Vicioso se libró de correr la misma suerte que su tío abuelo en Puerto Rico. Durante ese período, su poema “Canto a Santo Domingo Vertical” corría de boca en boca hasta que se convirtió en un himno para la juventud dominicana de la época. “Tú estarás para siempre dibujada en mi pecho De marinero en ruta tras la estrella del alba. Tu voz será la música de mis noches de fiesta. Y cuando en algún sitio la luna esté apagada, Desplegando mis velas repetiré contigo: ¡Yanqui, vuelve a tu casa! ¡Vuelve a tu casa yanqui! Santo Domingo tiene más ganas de morirse que de verse a tus plantas. Y si violas sus calles combatientes y puras La tendrás en cenizas, pero nunca entregada. En medio del silencio de la ciudad hundida Gritarán los escombros. ¡Yanqui, vuelve a tu casa!” (Fragmento)

LA MUERTE HACE SEÑAS CON LA LLUVIA

Exactamente, dos meses después de esta entrevista, murió

Abelardo Vicioso, mientras corregía los últimos capítulos de su voluminosa novela (más de setecientas páginas), cuyo título era “Memorias del teniente Veneno”, en la que relata su historia y la de su familia, de forma paralela a la del pueblo dominicano. Cuando salí a visitar mi casa (calles solas, sin voces, calles, calles), llevaba en los bolsillos una lámpara. La muerte me hizo señas con la lluvia y me tronchó los labios con su espada; la paloma lloró con mi silencio y se apagó cuando encendí mi lámpara. (“Poemas de la sangre”, de A. Vicioso. Fragmento)

EL TENIENTE VENENO VE LA LUZ

Su hijo, Carlos anduvo, durante cuatro años, con el abultado manuscrito de la novela debajo del brazo, recorriendo los ministerios y las editoriales dominicanas, tratando de que fuera editada, sin lograr algo más que buenas palabras y vanas promesas. Por fin, su terquedad ha dado sus frutos y el libro acaba de ver la luz, publicado por las Ediciones de la Secretaría de Estado de Cultura de la República Dominicana. ____________

Bibliografía resumida de Abelardo Vicioso: “La lumbre sacudida”, “Cien poemas de intenso vivir”, “Santo Domingo en las letras coloniales”, “El freno hatero en la literatura dominicana”, “Memorias del teniente Veneno”.

Enriquece este artículo con un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Powered by WordPress.com. Tema: Baskerville 2 por Anders Noren.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: