«Palmero sube a la palma» (Primera Parte)

Yo salí de la cuna escuchando tocar isas, folías y malagueñas a una vecina llamada doña Mariquita que por puro placer vivía acostada con su bandurria en una cama, mientras  su hermana, bondadosa y ciega, calmaba sus malos humores con canciones e infusiones de yerbabuena. Mis primeros recuerdos vienen de una época en que no llegaba yo todavía al tamaño de las azucenas que crecían en el patio de mi abuela ni alcanzaba a robarle las flores blancas a las santasnoches, pero en mi memoria se grabó con nitidez la siguiente copla que con frecuencia se escapaba por la ventana abierta de la ciega:

Palmero sube a la palma
 y dile a la palmerita
que se asome a la ventana
que su amor la solicita.

Pasaron años. Muchos. Las azucenas se quedaron pequeñas y las santasnoches murieron como murieron las dos hermanas y mi abuela. Jamás volví a relacionar aquella canción con mi infancia. Pero un mediodía, a más 8.000 kilómetros del antiguo patio, eso cambió. Fue un sobresalto durante mi visita a Tecalitlán, en Jalisco: sentado en una cantina estaba a punto de beberme un tequila Siete Leguas cuando escuché unos sonidos secos que me parecieron cohetes de feria pero, unos segundos más tarde, un tropel de gente entraba en el local de manera atropellada. Sus caras me revelaron que en el pueblo no había comenzado una exhibición de fuegos artificiales, sino un tiroteo. Es la única vez que he sido capaz de beberme un «tequila parado» de un trago sin soltar una sola lágrima.

Cuatro cuerpos tendidos en aquel callejón perdían sangre y tequila por un montón de agujeros. Uno de aquellos cuatro muchachos aún llevaba en la mano una bolsa de papel llena de pinole, una harina procedente de maíz molido, similar al gofio canario. Como si formara parte de la limpieza diaria de las calles, los cadáveres fueron retirados con diligencia. Al rato, el alcalde pedía por la radio que interviniera el ejército para evitar más derramamientos –no recuerdo si de sangre o de tequila–, mientras varios mariachis, a no mucha distancia del escenario del crimen, sacaron sus guitarrones y trompetas. Eran las fiestas patronales y los jóvenes estaban impacientes por bailar. Les oí cantar:

Palmero sube a la palma
 y dile a la palmerita
que se asome a la ventana
que su amor la solicita.

En ese mismo instante, me sentí abducido por doña Mariquita, su hermana y su bandurria. Pronto me enteré de que aquella canción se conocía como El Palmero y que era popular en Jalisco “desde siempre”. Hizo su entrada en la discografía tras los arreglos de dos músicos y compositores mexicanos: Silvestre Vargas (1901-1985), oriundo de aquel mismo pueblo, y Rubén Fuentes, que aquella tarde aún seguía vivo.

Ambos habían formado parte del famoso Mariachi Vargas de Tecalitlán, el cual acompañó a Pedro Infante, Javier Solís, Lola Beltrán, Jorge Negrete y tantas otras figuras legendarias del país azteca. No hace falta que les diga lo cagadito que salí del pueblo, pero, a pesar de eso, ¡oh, flaca memoria!, pronto me olvidé de todo, excepto de la ensangrentada bolsa de pinole que se me grabó a fuego en el cerebro.
Borrada estaba esa historia, cuando una tarde, por error, introduje en el ordenador un cd del Mariachi Reyes del Aserradero y sonó de nuevo la dichosa canción. Volvió a picarme la curiosidad y, hete aquí, que sin buscar demasiado me encuentro con una abundante cosecha de vídeos relacionados con el dichoso Palmero. De manera que este tema no finaliza aquí, sino que comienza porque una cosa me llevó a otra y he encontrado unos cuantos datos que son, cuando menos, curiosos, incluyendo un buen número de fotos y partituras musicales. Pero vayamos por partes.

Silvestre Vargas (pantalón oscuro).

El Palmero es una pieza interpretada por muchos grupos jalicienses, puesto que forma parte del repertorio más clásico de México. Volví a comparar la tercera estrofa de El Palmero con la cantada en Canarias y, sí, ¡eran iguales como dos gotas de tequila! Pero, además, la música que acompaña a la estrofa resulta tremendamente familiar. En algunos compases de la canción El Palmero se encuentra un parecido extraordinario con algunas isas canarias.

Nadie puede pensar que tantas similitudes son casuales. Es evidente que la canción “emigró” desde no se sabe dónde, al menos a tres latitudes: Canarias, Jalisco y Lima. Rastreando  a quienes la hayan interpretado, nos encontramos la misma estrofa cantada por la chilena Violeta Parra (1917-1967):

Palmero, sube a la palma
y dile a la palmerita
que se asome a la ventana
que mi amor la solicita.

La palma con ser palma
de verme llora,
de ver los sufrimentos
que paso agora.
Que paso agora, sí.
Palmera loca,
te llevarís la palma
menos las hojas.

¡Qué chiquita y bonita
la palmerita!

Violeta, a quien no le cabían los pájaros azules en la cabeza, vivía en un país colindante con Perú, en cuya capital existe un género musical denominado marinera… ¿y adivinan ustedes cuál es su letra más popular?

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