La Tertulia de Nava (y 4)

Retrato de al óleo de Alonso de Nava y Grimón, hijo de Tomás de Nava. En vida de su padre, se celebraba la Tertulia de Nava o Tertulia de los Caballeritos en su casa de La Laguna.

VIENE DE LA TERCERA PARTE

«Lope de la Guerra presentó un buen montón de libros y periódicos que recibió de la Corte en el último mes con ejemplares de Inglaterra Francia y España. Fueron repartidos entre los asistentes que los revisaron y comentaron con alguna que otra sorpresa como una referencia elogiosa al texto de Viera y Clavijo Fiestas que la ciudad de San Cristóbal de La Laguna celebró en 1760 por la proclamación de Carlos III. El fallecimiento en septiembre de la Reina de España, María Amalia Cristina de Sajonia, aún aparecía muy destacado en las gacetas de Madrid. Sin que nadie supiera de dónde sacó la noticia Lope de la Guerra comentó:
–A pesar de su gran dolor nuestro don Carlos III tuvo una ocurrencia sublime respecto a la muerte de su esposa cuando dijo “En veintidós años de matrimonio este es el primer disgusto serio que me da Amalia”.
–Amigos míos –intervino Del Hoyo–, el matrimonio aunque sea real matrimonio nació de una costumbre lamentable. Con tal fundamento poco bueno se puede esperar de él.
–¿Qué origen es ese, señor marqués?
–Uno bien bastardo, hijo mío. En la antigüedad más remota únicamente se obligaba a casarse a aquellos que teniendo vínculos de parentescos solazaban sus carnes. Como castigo se les imponía la intimidad absoluta para que cual dos piedras de molinos se molieran entre sí hasta la tumba.
–¿Y el resto de la humanidad?
–Los seres humanos eran libres para practicar el amor con quien les apeteciera sin tener que rendir cuentas a nadie. El tropel de hijos generado se convertía en propiedad comunal y recibía los cuidados de todos los adultos. Después…
–¿Después que sucedió?
–El amor degeneró, señoras y señores. Los más chiflados lo fueron domesticando hasta encerrarlo en contratos vitalicios como si practicarlo entre muchos fuese una infamia para la humanidad.
–¿No exagera usted, mi buen marqués?

Agustín Betancourt y Molina (Tenerife, 1758-1824, San Petersburgo), quien se convertiría en uno de los más importantes ingenieros del mundo, asistía con su padre a la Tertulia de los Caballeritos.

La reunión se animó. Los debates se practicaban en pequeños grupos que a veces se fusionaban. La coronación de Jorge Guillermo Federico como Jorge III en el mes de octubre anterior no pasó desapercibida. Aparecieron las mistelas y los pastelillos finos cuando terminó de dar las nueve de la noche el reloj inglés de campana y repetición de cuartos de hora con música. Más de dos mil quinientos reales había pagado al marqués por aquel artilugio empotrado en su caja de oro y charol azul.
Tampoco quedaron sin analizar las batallas libradas entre franceses e ingleses en St. Lawrence River cerca de las Thousand Islands en Canadá. El marqués de la Villa de San Andrés se ha atragantado dos veces. Su hija lo confió a las manos de Lope de la Guerra mientras ella participaba en una discusión sobre el buen salvaje y las perversidades de la civilización europea. Sus opiniones estaban en abierta y fiera oposición a las de su primo Fernando de la Guerra que con tan buenos ojos la miraba.
Mientras tanto el marqués de Nava y Grimón había desaparecido por una puerta lateral sin que nadie lo advirtiera. No obstante su regreso resultó más que notorio: acompañado de dos sirvientes cargados con pesadas cajas de madera se dirigió al centro de la tertulia. Se produjo un silencio expectante. Los criados depositaron los cajones en el suelo. A una señal del marqués levantaron las tapas. El interior mostró el más preciado tesoro que pudiera llegar a las manos de los Caballeritos de La Laguna: decenas de libros procedentes de Europa: recién desembarcados por el Puerto de La Orotava: ocultos en el doble fondo de barricas y en el interior de fardos de tela para burlar la vigilancia del Santo Oficio. Como impulsados por muelles de relojería todos los presentes abandonaron sus asientos y se lanzaron en dirección a las cajas. En pocos minutos los volúmenes estaban desperdigados por la sala y pasaban de mano en mano entre el nerviosismo de los contertulios que no podían reprimir exclamaciones de sorpresa y risitas aprensivas reveladoras del placer y de los peligros inquisitoriales que entrañaban aquellos libros clandestinos.
La Tertulia de los Caballeritos de La Laguna sufrió un duro revés cuando José de Viera y Clavijo marchó hace tres años a Madrid con el propósito de terminar de escribir y publicar su Historia General de Canarias. Desde entonces las reuniones han ido languideciendo y cada vez se postergan más hasta el punto de que Fernando de la Guerra ha propuesto reunirse solamente una o dos veces al año.»

(Texto extractado de la novela «CANARIAS«, de Manuel Mora Morales, Editorial Malvasía, Islas Canarias, 2012. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso por escrito del autor)

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