La destrucción legal de los guachinches

No deja de gustarme el caminar de la perrita. Ahora, resulta que el gobierno autónomo de Canarias va a definirnos qué es un guachinche. Para esta gente –muchos de ellos ni siquiera han crecido en tierra canaria– un guachinche se reduce a un establecimiento que vende vino de la cosecha de sus dueños. Qué risa. Quién les habrá informado. No me lo digan, a ver si lo adivino: ¿alguno de los cientos de «sabios» que reciben sueldos de asesores?, ¿la Wikipedia?, ¿algún «ingeniero» de esos que nada más aterrizar en Los Rodeos ya andan diciendo que tienen tres cortijos y que el gofio en su pueblo se lo comen los cerdos de su familia? Será.

En la línea de esa falta de ignorancia[1] de que hace gala la Wikipedia –»los mal llamados guachinches que nunca han cultivado la viña, ni trabajado en una bodega», dice–, el gobierno canario, y el parlamento que lo hizo, van a decirnos que el guachinche de toda la vida, el que vende latas de sardinas en tomate, podonas, queso y vasos de vino, no es un guachinche si la doña o el don no tiene un parral. Tampoco el guachinche de Doña Candelaria es un guachinche, porque tiene más de tres platos y porque abre todo el año. Ni el de Julio el Pienso ni el del Socio,…

Estos chicos, sin otro oficio que el de vivir a costa de los contribuyentes, todo lo clasifican en virtud de los impuestos cobrados: si usted cotiza en este parágrafo es que usted es esto y si cotiza por el otro, pues es aquello. Y, para ellos, ahí se acabó el carbón. ¡Qué manera de cercenar lo nuestro y de desvirtuar las tradiciones y las palabras robándoles la mitad de su significado! ¡Qué manía de cuadricularlo todo, de tener todo vigilado, de no permitir que la cultura tradicional se manifieste de una manera libre y protegida!

Refiriéndose a la comida, siempre se ha dicho que «lo que no mata, engorda». Igual podría decirse de la cultura popular: toda la tradición que no hace daño a nadie, redunda en bien de nuestra sociedad. Por esta razón, lo que debemos hacer es protegerla, en lugar de cuadricularla y castrarla. No todo lo que escapa del control gubernamental y tributario es malo e ilegal, por mucho que intenten hacérnoslo creer los banqueros y los políticos, con las manos tan limpias ellos. Parece que todo deba ser legal o ilegal, sin que haya un respeto sabio y escrupuloso por la alegalidad de tantas cosas que se encuentran más allá de la frecuente miopía o mojigatería de la normativa legal que, no nos engañemos, tan necesaria es para otros aspectos de las relaciones humanas.

¿Saben ustedes lo que les gustaría a sus señorías? Lo que sus señorías desean, créanme, es reducir los guachinches a folclore. El folclore comienza cuando la tradición fenece de manera natural y se mantiene de forma artificial, como un recuerdo, una gracieta o una curiosidad, pero no como una forma integrada en la vida cotidiana. Sus señorías y sus asesores sueñan con abrir dos guachinches de diseño en Las Américas, dos en Los Cristianos, dos en el Puerto de La Cruz, dos en el Teide y uno en Los Gigantes, con señoritas en traje típico y mocitos con sombrerito de cachorra, los cuales tendrían que sonreír y servir a los turistas vino embotellado, maltesers de gofio transgénico y mojo congelado con el nitrógeno líquido de la nouvelle cuisine. Como en las ferias de turismo… no sé si me explico.

Si sus señorías (les encanta que los llamemos así, aunque todavía lleven el olor a bosta en los zapatos) se dedicaran, en lugar de legislar boberías, a hacer cosas más útiles, como controlar sus propias miserias –corrupciones y otras hierbas–, otro gallo cantaría en estas islas.

Aquí, los únicos que tienen libertad para hacer lo que les da la gana son los políticos y los banqueros, sin que haya un juez capaz de meter a uno solo en la cárcel durante una buena temporada. Pero si a un campesino le da por vender dos gotas de vino y un plato de queso, ahí están ellos acusándolo de competencia desleal, de sinvergüenza, de ladrón, mandándole inspectores de todo tipo e imponiéndole multas de tres mil euros… que servirán, entre otras cosas, para subvencionar los gintonics con que estas señorías se colocan en el Congreso de los Diputados. ¿O, tal vez, sus señorías no se colocan con los gintonics porque los aforados son también inmunes al alcohol? Si lo pensamos detenidamente,  caeremos en la cuenta de que muchas leyes actuales parecen haber sido escritas más en el bar del Congreso que en el hemiciclo.

Uno se cabrea con estas cosas. Menos mal. Cuando me doy cuenta de ello, me digo que no vale la pena calentarse, pero, en el fondo, sé que esa misma indignación es lo que me dignifica y diferencia de tanta indeseable señoría. No digo que lo sean todos. Hasta en Sodoma y Gomorra había dos o tres personas honradas.

Si usted es uno de esos mirlos blancos que siendo señoría no ha perdido la honradez, lo felicito y le recomiendo visitar los guachinches con frecuencia; pero no vuelva la vista atrás como la pobre Yrit, si no desea terminar convertido en estatua de sal. Ejemplos no faltan, tanto en la política como en la judicatura.

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NOTAS

[1] «¡Lo que es la falta de ignorancia!
La historia quizá sea conocida, pues ha circulado por internet. Pero el tema es tan atractivo que vale la pena rescatarlo. La famosa escritora española Lucía Etxebarría Asteinza, ganadora del Premio Planeta, dijo en una entrevista que murciélago era la única palabra en el idioma castellano que contenía las cinco vocales.
Un lector, José Fernando Blanco Sánchez, envió la siguiente carta al periódico ABC, para ampliar el conocimiento de la célebre escritora:

Señor director:
Acabo de ver en la televisión estatal a Lucía Etxebarría Asteinza diciendo que murciélago es la única palabra en nuestro idioma que tiene las cinco vocales.
Mi estimada señora: piense un poco y controle su euforia. Dos arquitectos escuálidos, llamados Aurelio y Eulalio, dicen que lo más auténtico es tener un abuelito que lleve un traje reticulado y siga el arquetipo de aquel viejo reumático repudiado que consiguiera en su tiempo ser esquilado por un comunicante que cometió adulterio con una encubridora cerca del estanquillo sin usar estimulador.
Señora escritora: si el peliagudo enunciado de la ecuación la deja irresoluta, olvide su menstruación y piense de modo jerárquico. No se atragante con esta perturbación que no va con su milonguera y meticulosa educación.
Y repita conmigo, como diría Cantinflas: ¡Lo que es la falta de ignorancia! ff»

(Blog Affidamento)

[2] «… PROPUESTA DE RESOLUCIÓN

Imponer a Xxx Xxx Xxx, con N.I.F.: 436xxxxxE titular del establecimiento denominado xxx xxx «Guachinche Xxxx», la sanción de tres mil trescientos setenta y cinco (3.375,00) euros.»

(BOC – 2011/192. Miércoles 28 de Septiembre de 2011 – 5118)

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